Just another Perrilin

Me llamo Fiona como todo el mundo. Quiero decir como todo el mundo sabe; Fiona, como todo el mundo sabe. Aunque el nombre es lo de menos, Fiona, que lo que importa es el quien; o sea, lo que encierra esa cápsula contenedora denominada nombre es lo auténticamente relevante, y desgraciadamente se suele proceder muy a la ligera cuando se dice que se me conoce de esto, de lo otro y de lo de más allá. Una eme, se me conoce. ¿Cuántos saben lo que realmente significa ser ogra y además, verde? Fiiiiiiiiiiu… , tantos como se pueden contar con los dedos de una mano, y seguramente sobran dedos, que verde hay mucha gente, pero no son ogros y ogros también hay a punta pala, pero no verdes; de todo lo cual se infiere que todos nos parecemos en algo, aunque siempre hay algo que nos hace distintos, bien sea dicho que de distinto a raro hay un pasote. Hasta ahora se ha penalizado a los raros por lo que podríamos denominar ley de la discriminación natural. Hablo de un tipo de discriminación absolutamente intolerable y absolutamente tolerada, lo cual es un caso de justicia que seguramente clama al cielo, en el bien entendido que se clama al cielo desde algún intolerable planteamiento situacional en la tierra. Todo el mundo terrestre desearía ser Fiona si ello fuera sinónimo de celebridad o si fuera sinónimo de genialidad, pero tanto lo uno como lo otro son circustanciales y ambos circunstanciales no salen de la nada, sino que suelen ganarse a pulso. Para ganar algo, hay que arriesgar también algo; pero muy poca gente está dispuesta a correr riesgos y la inmensa mayoría del personal, cree de veras que las cosas buenas le caen a una por su cara bonita. Qué curioso. El triunfo siempre tiene su cara bonita; y si no, echemos una mirada a los comics: cantidad de personajes de los comics son feos a muerte, patosos a muerte y vulgares a muerte, pero también son tremendamente queridos por la gente y si existiera la cirugía comikestética, estoy por decir que mogollón de seguidores se apuntarían a quirófano para sacarse look a lo Simpson, a lo Simba o a lo yo misma. Qué terrible, ¿verdad? Con los parecidos es como si no hubiera escapatoria para el ser individual; de hecho, cada vez que alguien se me parece, advierto cómo se materializan sus pensamientos en mi oído derecho, que es el oído bueno. Como si no hubiera bastante con los pensamientos de una, para tener que estar siendo blanco fácil de ajenas interferencias. Se necesitarían varias vidas para acarrear con todo y acarrearlo todo bien. Aunque lo peor es que siempre hay gente con una frecuencia de vibración superior a lo normal que se te empieza a materializar en lo cognitivo y por más que le des al dial tuyo propio, te deja la emisora tan fuera de onda que hasta que al susodicho mariposa le dé la gana de  irse a otra cosa no eres dueña de tus actos. A veces me cambio los nombres; de hecho, alimento una baraja de nicks tan cuidada que daría sopas con honda a las cartas de postres más resultonas. Los nombres compuestos son mis preferidos, porque puedo conservar mi nombre propio de pila, más el nombre añadido; por ejemplo, Federica Fiona, que suena de categoría. Claro que al poco, empiezan a hacérsele visibles las connotaciones que tiene el nombrecito; a Federico Fión, por ejemplo, que ya es la leche. Siempre pensé que versionar el nombre de un muerto no me acarrearía tantos problemas como versionar a un vivo. Menuda equivocación. El otro día recibí un mensaje de Depósito de Hibernados, que la mujer de Fión estaba hasta el gorro de ir a visitar a su cónyuge y tener que salirse por donde había venido sin haber podido pegar la hebra ni medio minuto en locutorio abierto, porque se lo encontraba con la pila a cero y pese a gastarse las perras en recargas de urgencia, cuando le hablaba ya no lo hacía con voz propia sino con la voz de otro. Y no veas la que se armaba, cuando ese otro era una mujer. “Sí, claro, qué le voy a decir; si yo estoy viva todavía y paso por el tubo de la risa cuando alguno de esos listillos por lo libre me coge del latido por la toma de fuerza y me parasita todos los recursos”. Joé, con los hibernados. Quién se lo había de imaginar. Me encantan los helados de cualquier manera, pero antes de pedirme ninguno, primero me muerdo la lengua.

La perrita Perri Lin

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